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Francisco y el peso de la verdad

  • Foto del escritor: Red de Sobrevivientes
    Red de Sobrevivientes
  • hace 2 días
  • 3 Min. de lectura

Paul Endre. Sobreviviente-Teólogo.



En ningún caso esta reflexión es una apología o panegírico hacia quien hoy, parece conmover a un mundo entero o gran parte de éste. Y claro que se reconoce la importancia. No todos los días muere un Papa. Mucho menos, uno, cuyo carisma y actos temerarios para la curia y sectores conservadores del catolicismo, fueron alabados por muchos.


Hoy, las redes estallan en un reconocimiento transversal de todas esas cosas que le hacen meritorio de saludos protocolares, notas periodísticas, efectismo mediático con anécdotas que nutren el lado humano del personaje, alimentando al mismo tiempo, el mito, el hechizo perpetuo que mantendrá cautos y silentes a muchos.


Nadie puede dudar que Francisco fue, a ojos de muchos, un Papa innovador, que utilizó las redes sociales para evangelizar y acercar su figura. Un Papa que habló de ecología, enfrentando un problema global y al negacionismo de algunos que no quieren reconocer que estamos ante una crisis. Un Papa que incorporó a mujeres en la bimilenaria estructura patriarcal androcéntrica, aunque aún carezcan de voz en las decisiones más importantes, en especial a la que respecta de sus cuerpos. Un Papa gayfriendly, cuya audacia le llevó no sólo a utilizar conceptos del mundo LGBTIQ+, sino que abrirse al debate contra el mundo conservador eclesial, dejando para la posteridad la icónica pregunta que ha servido para titular libros, hasta para tildarle precipitadamente de progresista. Un Papa que le abrió la puerta a los divorciados, que criticó abiertamente el genocidio, que fue crítico del propio clero. Y obviamente, mucho más.


Sin embargo, todo eso, sólo obedece a dos cosas: En primer lugar, es lo que debe hacer. En estricto rigor, no hay ningún mérito en sí, en cuanto a todos los posibles avances que ha hecho la Iglesia a través de su pontificado. Son deudas de años. Es un deber ético, declarar la libertad de los creyentes en materia de su orientación sexual. Es un deber ser la voz de los que sufren la guerra, la matanza, el hambre, la migración, las dictaduras. ¡Es un deber! Y Francisco, no hizo nada más que cumplir con su investidura, estar a la altura de lo que muchos llaman "el llamado". Si acá aplica el evangelio, vale la pena recordar el evangelio de Lucas, 17,10: "Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: Siervos inútiles somos, porque sólo hicimos lo que debíamos hacer."


En segundo lugar, Francisco es jesuita. Pertenece a una de las congregaciones que sale a enfrentar el dilema del mundo moderno y la relación con la Iglesia, con espíritu mesiánico. El aggiornamento es algo que manejan con destreza. Saben anteponerse a las causas sociales, ubicándose estratégicamente en los espacios que les permite intervenir, sea para bien o para mal. Los sobrevivientes en Chile hemos tenido casos emblemáticos al respecto. Por lo tanto, Francisco supo jugar el juego. Se apropió de esa idea que se tiene en el colectivo, para jugar el rol del Papa progresista, de avanzada, punta de lanza. Sin embargo, por más que ocupó la jerga LGBTIQ+, no se atrevió a cambiar nada de la doctrina. Por más que puso administradoras, no abrió la puerta al sacerdocio femenino. En muchos escenarios, Francisco se movió de manera populista, carismática, teatral. Muy similar al estilo del polaco que él canonizó.


Finalmente, si ya hemos dicho que hizo lo que debía y que aprovechó de aggiornar a la Iglesia para que no se quedara fuera del mundo, ¿Qué fue lo que quedó en deuda? ¿Qué fue lo que no hizo?

Francisco dejó una inmensa deuda con el mundo de los sobrevivientes. Sus intentos de blanquear a la Institución a través de Scicluna y sus comisiones, así como su decretada Tolerancia Cero y la proximidad selectiva con casos emblemáticos de abuso, sólo fueron rayas en el agua. Francisco muere sin haber enfrentado sus propias omisiones y encubrimientos en su país. La memoria sobre el caso del cura Grassi, no debe callarse nunca. Tampoco olvidar sus acciones primero como obispo y arzobispo en Argentina y luego desde el propio Vaticano como lo hizo con Zanchetta. Así como no debemos olvidar el maltrato hacia los osorninos, las pruebas exigidas para el obispo Barros, el respaldo a la creación de CUIDA-UC, al alero de encubridores de otros casos. Y una larga lista que se incrementa en Chile, Argentina y en miles de parroquias del mundo.


La muerte de Francisco, es un poco la muerte lenta de nuestras propias confianzas. Su deceso corrió abruptamente un velo que ocultaba para muchos de nosotros, una cruel verdad, expresada con indolente indiferencia, en el acto mismo de minimizar los errores, omisiones y encubrimientos, para rendir honores a quien que con su muerte, arranca algo de la poca esperanza que va quedando.

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